Se cumplen los primeros sesenta días de la gestión Milei. Por ahora, desde lo económico no termina de clasificarse un programa económico solvente. Claro que la prioridad pasaba por reacomodar el sistema de precios relativos dada la gran distorsión que presentaban. Entre ellos: el dólar oficial que venía retrasado, combustibles y otros servicios como prepagas.
Hecho esto, el Gobierno envió al Congreso un megaproyecto de ley que, entre otros varios aspectos, establecía retenciones a exportaciones de economías regionales, una moratoria tributaria, blanqueo y una nueva fórmula para el cálculo de los haberes jubilatorios. Este paquete fiscal apuntaba a mejorar el desequilibrio de las cuentas públicas y evitar una poda mayor en el gasto público, sobre todo lo relacionado a subsidios de tarifas, obra pública y transferencias a provincias. Sin embargo, no prosperó en el Congreso y ahora hay que ir por un recorte más agresivo en el gasto, dado que también la recesión empieza a debilitar los ingresos tributarios. El mercado de capitales siguió con bastante euforia las primeras medidas y hoy predomina la cautela.
Por ahora sólo hay medidas, que no se sabe si van a converger en un programa más consistente. El objetivo es reducir el desequilibrio fiscal y tratar de desregular la economía para destrabar un proceso de inversiones que aumente la capacidad productiva de la economía. Pero no es fácil avanzar en este sentido por los intereses de los distintos sectores, gremiales y gobernadores que son altamente dependientes de recursos nacionales y no ceden posiciones. Dada la caída de la Ley Ómnibus, habrá que empezar a diagramar una hoja de ruta que otorgue una mayor dosis de credibilidad a las metas fiscales, monetarias y cambiarias de la gestión Milei, así como afectar lo menos posible el nivel de actividad económica.
En cuánto a otra alternativa para quebrar el círculo recesivo, no hay muchas. La economía tiene anemia de inversiones, un sistema bancario desenfocado de la producción, una presión fiscal muy elevada que ahoga al aparato productivo y falta de reglas claras. El diagnóstico es claro, pero al parecer la política no ve estos problemas con claridad.
Para vislumbrar un horizonte más alentador, habrá que esperar cómo se va desarrollando el programa fiscal y la credibilidad que va consiguiendo. Sin esto, por ahora, es muy difícil pronosticar una estabilización más consistente y que evite un debilitamiento más severo de la actividad económica.